Mirad cómo fue.
Como había que tapar entre las alas y el cuerpo, un manchurrón de pintura de algún despistado que no había distinguido entre la silueta y el fondo, decidimos pintar el fondo oscuro, como si fuera de noche, así que mezclamos unos cuantos colores propios del cielo nocturno...
Y aunque al extenderlo sobre el papel no parecía que consiguiéramos efecto deseado, no nos quedó más remedio que aplicarlo todo. Que este año la pintura está más cara que nunca. ¡No hay que desperdiciar ni una gota! ;)
Cuando estuvo seco, comenzamos a pegarle por el lomo unos triángulos que previamente habíamos coloreado y recortado, de forma que le quedara al dragón una cresta como es debido.
Mario fue el primero en ofrecerse voluntario para echarles el pegamento.
Y los demás iban acercándose a pegarlos a medida que les iba apeteciendo.
Pero la cresta estaba quedando taaaaaaaaaaaaaaan bonita, que acabamos formando una cadena de trabajo.
¡Habíamos descubierto, sin darnos cuenta, la Revolución Industrial!
Cuando estuvo terminado, Reyes recortó el contorno y lo pegamos en la pared. Pero como no hay dragón que se precie sin caballero ni princesa, le pusimos uno de cada para que no se sintiera soluco en clase. Después, unas etiquetas identificativas de cada uno, terminaron de rematar el trabajo.
¡ESPERAMOS QUE OS HAYA GUSTADO EL RESULTADO!
Vaya chulo que os ha quedado el dragón con su caballero y su princesa, nos ha gustado muchisisisisisimo,aunque claro, con unos elefantes tan trabajadores normal que quede tan bien.Felicidades por vuestro trabajo y resultado.Un besazo dragonázeo.Papás de Mario y Amanda.
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